Calzados Susa: La zapatillería donde hubo petróleo
Esta tienda en la calle del Sol tiene ya medio siglo. Durante muchos años, fue una de esas tabernas en las que se podía encontrar de todo, incluso petróleo.
Hace más de medio siglo que Susa Lema llegó de Muxía con su marido para coger el traspaso de una tienda en la calle del Sol. Por aquel entonces, no era "Calzados Susa" sino la "taberna nueva", como la conocía el vecindario, donde podías tanto tomar un vino como comprar una hoja de bacalao, hacerte con unas golosinas o incluso conseguir una aspirina, ir a almorzar o llevar unos metros de cuerda, e incluso encontrar petróleo, sí, petróleo, para alimentar las lámparas en aquellas casas de la aldea en las que, a finales de aquellos años cincuenta, aún no había llegado la electricidad. Eran mundos tan pobres que la gente incluso le pedía a Susa los sacos de tela blanca del azúcar a granel para darle nueva vida como sábanas. Esta muxiana aún recuerda el ondear en los tendales de las sábanas hechas con cuatro sacos de azúcar de su tienda. No sabemos si, así, los sueños eran también más dulces. Lo que queda claro es que la necesidad, desde luego, incentiva el ingenio.
El misterio de la balanza
En una esquina del mostrador aún se conserva, guardada con cariño, una vieja balanza. ¿Qué hace en una zapatería?, se pregunta quien no conoce la historia del comercio. Susa no se quiso deshacer de ella, quizás, porque durante muchos años, fue herramienta imprescindible en el negocio. Ahora que el problema es cómo reciclar las montañas de basura conformadas por estratos de envases y plásticos, cuesta imaginarnos aquellos años en los que todo se compraba a granel. El arroz y el azúcar llegaban a la tienda en grandes sacos, incluso en un primer momento, de cien kilos, que después se le vendía a la clientela según el dinero que tuviesen en el bolsillo: por kilo, libras, medias libras… El aceite (de soja o de girasol, de oliva apenas había) venía en bidones. Coñac, anís o jerez, en garrafones. El aguardiente y el vino, en barriles.
La emigración: un sueño frustrado
Susa es una mujer de ideas firmes. De soltera tenía claro que no quería compartir techo con una suegra. Su deseo era emigrar a ultramar. Su novio había estado en la emigración en Venezuela y para allá quería volver con él una vez se casasen. Pero no fue posible. Un golpe de estado depuso al entonces presidente venezolano, Pérez Jiménez, a principios de 1958. Pensaron entonces en emigrar a Buenos Aires, pero tampoco en esta ocasión pudieron realizar el sueño migratorio, por la convulsa situación política del país, que tan sólo tres años antes había sufrido un golpe de estado que había derrocado a Juan Domingo Perón. Fue entonces cuando la pareja, que acababa de casarse, decidió echar raíces definitivamente en esta orilla del Atlántico. Cogieron el traspaso de una taberna de la calle del Sol, cerca ya del centro, y cambiaron Muxía por Carballo, la aldea por el pueblo, el campo por la tienda, las alas que soñaban para volar lejos por las raíces en la capital bergantiñana.
De la taberna a las zapatillas
Aquella era una sociedad de autoconsumo. Las familias intentaban abastecerse con aquello que cultivaban y, como mucho, acudían al pueblo a comprar en los días de feria. Las tiendas eran, en muchos casos, tabernas, donde se podía encontrar de todo. Las cosas cambiaron cuando llegaron los mundos de la abundancia y la sociedad giró desplazó del autoconsumo al consumo. Las tabernas fueron poco a poco desapareciendo, incapaces de aguantar la competencia de los supermercados. El negocio de Susa tuvo que reinventarse, y se especializó en el calzado, sobre todo, en calzado de trabajo, en el del día a día, y en las zapatillas.
Susa no sólo tiene buena memoria, sino también capacidad para explicar, a través de sus vivencias personales, la intrahistoria, la Historia contada a través de cualquier detalle del día a día, incluso de unas zapatillas. Aún se acuerda de las zapatillas que la gente joven usaba cuando era niña. La tela estaba unida a la goma con puntas, que abrasaban los pies, nos dice. La gente mayor (las mujeres, porque para los hombres era una vergüenza utilizar este tipo de calzado) utilizaba zapatillas de paño de color oscuro con dos ondulaciones en la parte delantera. A las chicas, tan pronto se casaban, ya les obligaban a cambiar de zapatillas y enlutar así los pies. Nos explica Susa que los primeros modelos diferentes de zapatillas que hubo en Carballo, las primeras zapatillas de "fantasía", tal y como ella las llama, llegaron a su tienda, que ahora podemos encontrar en sus estanterías de todos los colores y estilos.
La cuerdas y las viudas de vivos
Se diría que, recordando cualquiera de las muchas cosas que vendía en la tienda, Susa nos podría relatar un jirón de la historia. Las cuerdas la remiten a los tiempos de la emigración a Suiza y de las viudas de vivos. En su comercio se vendían muchas cuerdas: de esparto, de cáñamo y de plástico. Y es que el marido de Susa, y Susa también, sabía cómo empatarlas, hacerles los nudos, y dejarlas preparadas para el uso deseado: desde atar bueyes o vacas (por los cuernos o, prendiendo dos de sus patas, la "solta", para que no escapasen de las fincas) hasta hacerle los lazos a las ovejas. Cuando los hombres, que se encargaban habitualmente en las casas de esta tarea, marcharon masivamente a la emigración a Europa, en la tienda de Susa detectaron la necesidad y pasaron a prepararlas ya en la tienda, de ahí que vendiesen tantos y tantos kilos de cuerda: "Venía más cuerda para mi casa que para todo Carballo", afirma En su letrero, la tienda aún aparece descrita como zapatillería y cordelería.
Como hacer encaje de bolillos
Aquellos mundos, insiste Susa, eran muy diferentes: peores en algunas cosas, mejores en otras. Ella aún recuerda la calle del Sol empedrada y a los niños y las niñas jugando en medio de la calle, porque en todo el pueblo, los coches particulares que había se podían contar con los dedos de una mano. Su negocio, situado en una de esas casas de toda la vida de Carballo, de la época en la que aún no existían edificios de varios pisos y alargadas sombras, aún conserva la esencia de antaño. De él se encarga ahora su hija, Chus, que además es una experta en encaje de bolillos, para lo que, seguro, emplea la misma habilidad con la que día a día su padre y su madre consiguieron, durante medio siglo, sacar adelante esta tienda.